LA
ANGUSTIA EXISTENCIAL. LA RUTINA.
¡RING! ¡RING! Suena el despertador. Un “nuevo”
día, pero eso es lo único nuevo, el día. Todo lo demás sigue igual, sin
novedades, sin sorpresas. La misma rutina de todos los días nos hace
levantarnos aún más cansados que ayer, para afrontar un día más duro que el
dejado atrás hace escasas horas.
Amaneces temprano, como siempre, la noche ha
sido larga, pero no lo suficiente como para levantarte con las ganas necesarias
que requiere afrontar este nuevo día. Te incorporas, te quitas el pijama y te
vistes. Te quedas en trance y cuando quieres volver al mundo real te das cuenta
que te has puesto la camiseta al revés y piensas: “buah, que bien estaría yo
ahora en verano, esto no me hubiera pasado porque todavía seguiría en pijama…”
y ahora tu mente se ha ido al verano.
Ese verano que con tanta ansia te pasas
las largas noches de invierno y los florecientes días de primavera esperando
como agua de Mayo. Ese verano en el que tu mayor preocupación es que al
despertarte un rayo de luz se cuele por la ventana de tu cuarto anunciando que
será un genial día de playa, donde disfrutarás en la mejor compañía, la
compañía de tus amigos. Pero claro, esto ha sido solo fruto de tu imaginación
ya que para el verano aún quedan varias semanas.
Son las 8:30h de la mañana y dan comienzo
las clases. Como si no tuvieras ya poco con ir a clase, a primera hora te toca
Historia. La clase en la que más esfuerzo tienes que hacer, más incluso que en
Educación Física haciendo deporte o que en Matemáticas resolviendo un problema,
este esfuerzo consiste en aguantar despierto, no por el hecho de que te de
vergüenza esa momento en el que notas como se te cae la baba del placer, sino
por no aguantar la bronca que te caería por parte de la profesora.
A la siguiente hora tienes examen, al
cual llegas muerto por culpa de la clase de historia. Un examen que llevas
mucho tiempo preparando y que como no, te sale mal. El resto de las horas se te
hacen eternas. Las agujas del reloj no avanzan y no ves la hora de llegar a
casa para poder comer.
Llegas a casa con las ganas de ver que te
ha hecho tu madre para comer, e incluso llegas a alegrarte pensando en ello.
Bien poco dura esa alegría. Te sientas a la mesa y ves que hay puré de verduras
y de segundo pescado. Tu gozo en un pozo. Sientes como que te hubieran subido a
las nubes para después dejarte caer y que doliera más. Terminas de comer, te
sientas cinco breves minutos que son interrumpidos por un grito de tu madre
diciéndote que es la hora de ir a particular. Por si no hubiera sido poco todas
las horas que te has tirado por la mañana en clase, ahora te tocan otras tantas
en una academia.
Pasan las horas. Sales de particular y
llegas a casa. Cenas y de lo cansado que has terminado te vas a dormir…
¡RING! ¡RING! Suena el despertador. Un
“nuevo” día…
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